LA EXPERIENCIA DEL COLECTIVO DE IMPROVISACIÓN LIBRE: MÚSICAS DE VANGUARDIA, FREE JAZZ Y MÚSICAS ALTERNATIVAS
A finales de los 70 Phonos era el refugium peccatorum de la cultura musical barcelonesa. El ínfimo nivel de la enseñanza en los conservatorios, los restos de la vanguardia musical de los 60 ya en posición de enroque y, salvo raras excepciones, la inexistencia de conciertos y fuentes de información, habían empujado hacia el improbable chalet de Sarrià que albergaba el laboratorio electroacústico de Phonos, a toda suerte de jovenes inquietos. Algunos, como Joan Josep Ordinas y yo mismo, venían del conservatorio, otros de la música layetana, otros del rock, del jazz, y otros incluso de experiencias artísticas no musicales. Allí se encontraban con la música concreta y electrónica más ortodoxa -practicada por Andrés Lewin-Richter-, con las músicas repetitivas y minimalistas de Eduardo Polonio y Javier Navarrete y con las especulaciones informático-musicales de Lluis Callejo. Entre todos ellos, ejerciendo de maestro de ceremonias, estaba Gabriel Brncic, recién exilado de Argentina, que con su talante extremadamente abierto, sus conocimientos académicos, sus experiencias en las diferentes músicas contemporáneas, su perspicacia en los problemas técnicos, y su disponibilidad, lograba responder y animar a todos los que asistían a las clases.
En Phonos había ambiente "vanguardista". El hecho de estar en sintonía con lo más avanzado y vital que se estaba haciendo en Europa, nos hacía sentir poseidos por ese típico espíritu de la vanguardia que interpreta las dificultades del presente a las luz de las victorias futuras. La conexión con los temas culturales e intelectuales fuertes del momento era real, en la práctica como en la reflexión, y la situación política de entonces daba además una coloración particular a todo lo que se hacía: nos sentíamos participes en la reconstrucción de lo que el franquismo había destrozado.
Por los mismos años, durante mis frecuentes viajes a Italia, tuve la ocasión de asistir a algunos conciertos de free-jazz y de traer discos de Antony Braxton, Cecil Taylor, Evan Parker, Misha Mengelberg, Han Bennink y Derek Bailey. Con esos ejemplos en los oídos, Joan Josep Ordinas y yo empezamos a hacer nuestras primeras improvisaciones libres en 1978. Pronto se nos juntó Robert Tomás -entonces como ahora profesor de economía en la Autónoma- y el bailarín Juan Carlos García. Así se formó el Colectivo de Improvisación Libre (CIL), que dio su primer concierto en 1980, en la Cuina de las Arts. El tipo de improvisación que practicábamos era, en general, voluntariamente alejado de todo esquema melódico, armónico y rítmico prefijado o estable. Utilizábamos muchos materiales de desecho, tanto en la interpretación - aires, ruidos de la boca en los vientos, todo tipo de manipulaciones heterodoxas en las cuerdas y en las percusiones -, como en la elección de los instrumentos mismos -flautas y tubos de plástico, latas, paellas y sartenes-. Las piezas solían desarrollarse a través de una serie de climax sucesivos donde todos estos elementos se combinaban en una forma que tendía a lo dramático. Para nosotros se trataba, hasta cierto punto, de una continuación del trabajo de composición y reflexión que se hacía en Phonos. Era, por lo tanto, una música ligada no sólo al free sino también a la vanguardia musical europea y norteamericana.
La formación del CIL nos permitió entrar en contacto con otros músicos que se interesaban por la improvisación libre. En Barcelona, a finales de los 70, había otros dos grupos de músicos que confluían hacia esas experiencias y que se diferenciaban por su trasfondo cultural. Por un lado los músicos de cultura pop y rock: Victor Nubla, Juan Krek, Enric Cervera, Eduard Altaba, entre otros. Por otro lado los músicos de cultura jazz: Jorge Serraute, Zè Eduardo, Zlatko Kaucic.
El grupo que se movía alrededor de Macromassa (el grupo de Victor Nubla y Juan Crek) tenía trayectorias, ideas y experiencias radicalmente diferentes de las nuestras. En él predominaba un cierto espontaneismo, que tenía su origen en la cultura pop de los 60, y que hacía pasar a un segundo plano, o desaparecer, toda preocupación política, intelectual o técnica. La crítica -de la que era objeto sobre todo el mundo del rock que, en cambio, era una realidad un tanto lejana para los miembros del CIL- se ejercía de un modo inmediato por la actitud de irrisión y de intrascendencia lúdica hacia todo lo que se hacía. El desprecio por cualquier planteamiento de calidad técnica o de coherencia estilística permitía apropiacionesinmediatas de cualquier elemento y en cualquier orden. Todo tipo de instrumentos, todo tipo de estilos e incluso incursiones en artes no musicales -pintura, escritura- era a la orden del día. Este grupo se caracterizaba por una actitud de marginalidad activística y combativa, ligada a los circuitos del rock progresivo europeo. Se le puede considerar como la matriz de las actuales músicas alternativas, termino que entonces no se utilizaba.
El otro grupo, el del los músicos de jazz, se caracterizaba por un fuerte sentimiento de identidad respecto a un repertorio -el del jazz clásico y moderno-, una acentuada preocupación por la perfección técnica, y un sentido de aristocrática marginalidad. Los músicos de jazz vivían la aventura del free de una manera quizás menos rupturista, puesto que la improvisación formaba parte integrante de su tradición y siempre se había prestado a heterodoxias.
Por esta razón también, la parte más ortodoxa de su tradición (ciertos ritmos, ciertos giros melódicos y armónicos) estaba muy presente en la música que hacían, más que las respectivas tradiciones de los otros dos grupos.
Por lo demás, vivían las mismas dificultades que todos, pero, como prescribe la mitología jazz, en una óptica refinada y canalla.
Así, hacia el territorio de la improvisación libre confluían tres grupos de músicos con caminos, intenciones y modelos muy diferentes: una vanguardia high-cult, una marginalidad pop y urbana, y una tradición jazz que había encontrado su propio punto de ruptura. De la convergencia de esos tres grupos de músicos nacieron algunos grupos estables: el CIL ya mencionado, Duo Dheno, el Cuarteto Albano y Tres Tristes Tigres, que estaban integrados siempre por las mismas diez o quince personas nombradas más arriba -la cuales, naturalmente, también formaban duos, tríos y cuartetos coyunturales-.
El territorio de la improvisación libre fue un territorio de encuentro en razón de las dos características principales que lo definían: negatividad e inmediatez, ambas ideas centrales de la cultura nacida en los 60.
La negatividad era evidente en el deseo de tabula rasa, de corte, de olvido, en la voluntad de sacrificar las tradiciones anteriores en aras de lo nuevo. En el ámbito de la cultura pop era casi un elemento constitutivo, puesto que esa cultura se había generado justamente en los años 60 a partir de nuevas formas de comunicación, de nuevos instrumentos e incluso de ciudades transformadas radicalmente. En el jazz y en la música culta la negatividad se había manifestado ya anteriormente. El hecho de estar todos nosotros, viniéramos de donde viniéramos, marcados por esa negatividad, nos dejaba en un no man's land musical, cómodo y vital, donde la escucha del otro era muy fácil. La amalgama de todas las músicas (ya que, en la práctica, a veces se negaban y a veces se recordaban) sucedía con naturalidad: todos estábamos dispuestos a hacerle sitio.
La tabula rasa tenía como necesaria consecuencia la glorificación del presente, y la inmediatez requerida a toda expresión por la urgencia de ese presente encontraba su mejor expresión en el acto mismo de tocar, donde componer, improvisar e interpretar, se fundían en una sola cosa. Los 80 marcaron una vuelta al orden, en una cultura eminentemente conservadora aunque llena de superficiales destellos de novedad. De manera casi ineluctable esa zona intermedia donde nos entendíamos todos se fue restringiendo y no fue casualidad que el último grupo de la estirpe del CIL, Tres Tristes Tigres, fuese un grupo homogéneo integrado por músicos de formación clásica: Joan Josep Ordinas, Josep Maria Mestres y Claudio Zulian. En 1983 Tres Tristes Tigres se deshizo después de un concierto en Italia en el Autunno Musicale di Como. Aún hubo un último coletazo con la extensa obra de Ordinas y Zulian, El libro de los excesos, donde los músicos improvisaban sobre una cinta magnética en la que estaban grabados, con manipulaciones mínimas, los instrumentos acústicos.
Ecos de las prácticas de la improvisación libre siguieron apareciendo regularmente en las obras creadas e interpretadas en los años 80 por Multimúsica, grupo integrado por Gabriel Brncic, Eduardo Polonio y Claudio Zulian. Desde las primeras aproximaciones en los 70, hasta esos últimos ecos, la improvisación libre nos regaló momentos de música intensos y magníficos.
Publicado en: Alter(Músiques)Natives, KRTU, Generalitat de Catalunya, Departament de Cultura, Barcelona, 1995. P. 106-109